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La pirámide del faraón

La pirámide del faraón

José Armando Arias, secretario general del Sindicato Nacional de la Construcción en México, reflexiona acerca del papel de las grandes edificaciones en la sociedad.


Cuando Keops, segundo faraón de la 4ª dinastía, ordenó la construcción de la pirámide que hoy lleva su nombre hace más de 4500 años, sin duda generó una enorme cantidad de trabajo y dio de comer a muchos súbditos y esclavos, sin embargo, no generó ninguna riqueza permanente a los habitantes del reino más allá del periodo de su ejecución. Ciertamente, obsequió beneficios para sus favoritos de la casta militar y sacerdotal, pero en realidad la obra no tuvo ninguna utilidad social y dejó exhaustas las arcas reales.


En pocas palabras, la pirámide y otras obras de similar esplendor no detonaron nuevas tecnologías conocidas, ni generaron abundancia en el reino y sólo pasarían a ser de interés y generar riquezas 4,500 años después para el moderno Egipto: a la cátedra universitaria, a hoteles, a líneas aéreas y a empresas turísticas, pero la obra como tal, no salvó a los egipcios de su miseria, pues durante milenios sólo representó la creencia y poder de un hombre que se suponía era “Dios”.

Milenios después, los proyectos de gran envergadura en países punteros de la economía mundial, no tienen como propósito la veneración, sino la generación de utilidad y riqueza, así como el objeto de convertirse en detonadores económicos y sociales para sus estados.

Dichas obras, nacen bajo un plan preconcebido y con un cuidadoso diseño que en muchas ocasiones, pasan por paneles de especialistas, abocados a una viabilidad técnica, económica y de utilidad social, viabilidades que sólo los expertos pueden decidir.

Es claro que la transformación del mundo y la inversión en grandes obras es una tarea altamente compleja, y su concepción y realización no pertenece a la ocurrencia lúdica.

En resumen, hoy presenciamos desdén por profesionistas y técnicos (grave error suponer que salen sobrando) y que es “muy fácil” ejecutar un pozo petrolero o construir una carretera. La única explicación quizás fuera del dogma político, la encontremos en una investigación sobre la competencia e incompetencia metacognitiva del individuo denominada el efecto Dunning-Kruger.

Este sesgo tiene como efecto que la persona que lo presenta no mide correctamente su habilidad y da por sentado que sus conocimientos y experiencia son por encima de la realidad, lo que en suma cancela la posibilidad de reconocer su ineptitud e incapacidad sobre ciertos conocimientos. Como sea, debemos esforzarnos en detener la devastación de una industria que es clave para la activación de una economía… Sin duda la vamos a necesitar.

José Armando Arias

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